Ginebra sin alcohol.

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(…) Barney Malone llevaba lustros bebiendo exageradamente. Una noche sin darse cuenta, con su cigarrillo prendió fuego en la trompeta. Por unos instantes, el pobre Barney interpretó Otoño en Nueva York como si soplase por un lanzallamas. Quiso cambiar sus hábitos pero no pudo. Sólo se engañó a sí mismo. El barman aceptó el juego. Barney ya era viejo y si suprimiese de repente la bebida, sólo conseguiría alargar su vida un par de náuseas.

Sus últimos días los disfrutó el viejo trompetista alardeando de su nueva vida. Y para celebrarlo, se dirigía con voz bien sonora al barman y le decía: Vamos, Chucky, muchacho, ofrécele al viejo Barney un trago de esa ginebra sin alcohol. (…)

José Luis Alvite.
Historias del Savoy.

Baby, it's just me.

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(...) Estábamos en una de nuestras últimas escapadas, a punto todos de alcanzar la treintena, cabizbajos después de ver perder a los Twins contra Chicago. Pateábamos las calles sin rumbo fijo, cavilando algún lugar lo suficientemente barato donde perpetrar la cena. No se trataba de una despedida. Al menos no lo habíamos planteado de esa manera aunque, de algún modo, los cuatro éramos conscientes de que se aproximaba el final. El final de algo. De algo importante, quiero decir. En nuestro ánimo flotaba la intención de mantenernos unidos, pero intuíamos que aquello no iba a resultar tarea sencilla. Imposible controlar el aluvión de acontecimientos que presagiábamos a la vuelta de la esquina. Costaba aceptarlo pero, por primera vez, nuestra hoja de ruta mostraba más interrogantes que etapas concretas. Nos invadía una sensación de vértigo, de estar perdiendo el control. Algo así como la angustia en el punto más alto de una montaña rusa, justo antes de caer al vacío. Quizá por ello, cualquier excusa que conseguía reunirnos se convertía en especial. Cada minuto que nos hacía abstraernos del resto del mundo era incluido en el petate para el día que tocaran retirada.
(...)

Extracto del relato Inescrutables.
Javi Tortosa.

Una patada en las tripas.

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(…) He estado leyendo a los filósofos. Son realmente tipos extraños, divertidos y alocados, jugadores. Descartes llegó y dijo: estos tipos nos han estado largando pura mierda. Dijo que las matemáticas eran el modelo de la verdad absoluta y autoevidente. El mecanismo. Luego llegó Hume, con su arranque contra la validez del conocimiento causal científico. Y luego, Kierkegaard: Introduzco el dedo en la existencia; no huele a nada. ¿Dónde estoy? Y luego llega Sartre, que afirmaba que la existencia era absurda. Adoro a estos tipos. Sacuden el mundo. ¿No les entrarían dolores de cabeza pensando así? ¿No les rugía una avalancha negra entre los dientes? Cuando agarras a estos tipos y los pones junto a los hombres que veo caminar por la calle, o comer en los cafés, o aparecer en la pantalla del televisor, la diferencia es tan grande que algo se retuerce dentro de mí, me da una patada en las tripas. 

Probablemente no me corte las uñas de los pies esta noche. No estoy loco pero tampoco estoy cuerdo. Bueno, no; puede que esté loco. De todas formas, hoy, cuando amanezca y lleguen las dos de la tarde, estaré en la primera carrera del último día de carreras en Del Mar. He apostado todos los días, en todas las carreras. Creo que ahora voy a irme a dormir, con mis uñas como cuchillas arañando las benditas sábanas. Buenas noches.

Charles Bukowski.
El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco.