Trazos en falso. La banda sonora (III)

El título del segundo relato sintetiza de forma perfecta lo que le sigue a continuación. "Inescrutables". Los caminos. Los sucesos. Los acontecimientos. Harvey Townshend piensa que hay bastante de incontrolable en todo esto. En lo de vivir y tal. Dice que cada día, cada minuto, suceden cosas a las que nadie es capaz de encontrar explicación. Acojona ¿no? Estamos aquí y, de repente, ¡chas! Doc Spoon habla de la teoría del botón rojo. Larry Scott ni siquiera amaga con tenerla en cuenta. Ethan Parks encuentra consuelo en las revistas científicas de la barbería. Muletas. Vendas. Perros lázaro. En "Mejor Imposible", Melvin Udall camina obsesionado con no pisar la línea que une las baldosas. Nosotros le observamos y nos parece cómico, pero a él no le hace ninguna gracia. Necesita sentirse a salvo, tenerlo todo bajo control. Y lo consigue. O eso piensa. Qué carajo. En el fondo, sabe que aquello no es más que un estúpido truco. Si el piano que cae del piso veinte se empeña en buscarle, tan sólo es cuestión de tiempo. Lo cierto es que, a lo largo del viaje, nos topamos con miles de cruces, millones de rutas alternativas. Miles de millones. Hasta llegar a la esquina más perdida de los mapas. Hay que tomar decisiones. Unas meditadas. Muchas emotivas. La mayoría, inconscientes. Los tres cerebros lo llaman algunos. Y cada vez que pintamos un aspa, cada vez que tachamos una de las opciones, dejamos de lado el resto. Paisajes más verdes, o más áridos, más amables, o más inhóspitos, mejores, o peores. Diferentes. Dice la canción: Siempre voy al bar del aeropuerto cuando quiero ponerme triste. Y siempre pido, y nunca tienen, aquellas galletas de la suerte. Eso mismo piensa Larry Scott, que no existe. La suerte.

Con todos ustedes “La vida te lleva por caminos raros”, by Diego Vasallo.

Trazos en falso. La banda sonora (II).

"A la de tres" es el primer relato del libro. Y, aunque en una versión más reducida, también fue la entrada que inauguró este blog. La que prendió la mecha, la que propició el triple salto mortal. Y no crean, no resultó algo rápido y sencillo. Estuve dándole vueltas durante un buen tiempo. No acababa de verlo claro. Unas veces el diseño, otras el contenido, otras yo que sé. Excusas. Torpes tretas de pésimo jugador. Como tantas veces, la sensación de perder el control provoca que surjan las dudas. Los psiquiatras hablan de procrastinación. De la tendencia que tenemos a posponer tareas. Especialmente las que nos producen ansiedad, tensión, esfuerzo, desasosiego. Encontramos alivio al considerar que ha surgido alguna cuestión que requiere de solución inmediata. Desviamos nuestra atención hacia ella y olvidamos cuál era nuestro propósito inicial. Bueno, olvidamos… ya me entienden. Lo cierto es que no sirve de nada. Por mucho que nos engañemos, siempre acabamos tropezando con nuestros números rojos. Lo mejor es afrontarlo cuanto antes. Como cuando miramos el agua de la piscina subidos a un trampolín. Una, dos y… De ahí el título del relato. Era necesario. Tenía que hacerlo. En caso contrario, iba a terminar con mis sesos convertidos en un jodido queso de gruyere. Por aquel entonces, año dos mil nueve, andaba yo preparando la que iba a ser mi primera maratón, Nueva York. Quemando suelas, devorando kilómetros de forma compulsiva, llenado largas tiradas con listas de reproducción. Una de aquellas listas incluía el A.M. de Wilco. Enorme disco. Dice Miguel Angel Casas que es el mejor álbum de country alternativo que se ha publicado nunca. Yo no voy a contradecirle. En primer lugar, porque el tipo tiene buen criterio en cuestiones musicales. En segundo, porque no tengo argumentos para afirmar lo contrario. Y en tercero, me remito a los puntos uno y dos. El caso es que, entre aquel puñado de grandes canciones, había una que me llamó la atención sobre el resto. Un medio tiempo en el que un par de frases se van repitiendo de forma recurrente: No deberías tener miedo, no deberías avergonzarte. Qué quieren, parecía que Jeff Tweedy me lo estuviera diciendo directamente a mí. Lo tuve claro. Había encontrado las notas del primer relato del blog. 

Con todos ustedes, “Shouldn’t be ashamed”, by Wilco.

Trazos en falso. La banda sonora (I).

Este tema no precede a ninguno de los relatos, aparece hacia el final del libro, en medio de una conversación entre Mardou y Harvey, justo después de que ella le triturara la autoestima sin ninguna consideración. Es un tema épico, imposible no emocionarse con la melodía. La letra es algo críptica, aunque se deduce que habla de drogas, de comenzar de nuevo, de luchar por salir del agujero. Pero ese no el motivo por el que me decidí a incluirlo. Más que por la canción en sí, lo hice por el tipo que la canta. Elliot Murphy. Lo descubrí hace relativamente poco, unos cuatro años, a pesar de que es un clásico, un clásico maldito, por otra parte. Contemporáneo y compañero de viaje en los inicios de Springsteen y Billy Joel, tenía, según hablan las crónicas, un talento desbordante, se encontraba en el lugar preciso y el momento en cuestión no podía ser más oportuno. Pero, por alguna circunstancia, el tornado del éxito no pasó por sus dominios. Se alejó irremediablemente sin apenas llegar a rozarle. Así que, después de varias decepciones, cansado y abatido, decidió abandonar, colgar la guitarra, cambiar de registro. Comenzó a trabajar en un lugar "convencional", un despacho de abogados, un bufete especializado en asuntos de la industria discográfica. Cierto día, un cliente se acercó:

- Oye, chico, llevo todo este tiempo mirando tu cara… y me resultas conocido.
- No creo, señor, probablemente me confunda con alguien.
- Pamplinas. Tú eres… ¿tú eres Elliot Murphy?
- ¿Me conoce?
- Ya lo creo ¿puede saberse qué demonios estás haciendo aquí?
- Bueno, son tiempos difíciles, señor. Trato de abrirme camino. Ya sabe, hay que comer, pagar facturas, esas cosas…
- ¿Esas cosas? Vete al infierno… Si desperdicias tu talento detrás de esta montaña de expedientes, merecerás lo que te pase de aquí en adelante. Lárgate, chico, quítate ese estúpido traje, ve corriendo a buscar tu guitarra. Y no se te ocurra volver a abandonarla.

Elliot hizo caso y siguió el consejo de aquel tipo, regresó al camino de la música. Sin embargo, optó por abandonar la ruta americana. Cruzó el charco hasta Europa y se estableció en París. Consiguió labrarse una carrera de prestigio alejado del gran público. Durante los últimos treinta años, ha compaginado música, literatura, periodismo, cine. Nunca ha llegado a tocar en estadios, ni conocido el alivio de poder vivir de rentas. A sus sesenta y siete otoños, continúa rasgando en pequeñas salas, manteniendo el pulso a base de acordes, apostando el resto a la próxima actuación. No es un number one, ni un mainstream, ni un líder. Pero es feliz. Porque, a golpe de calendario, se ha dado cuenta de que no importa cuánta gente mire desde abajo, lo verdaderamente meritorio es estar allí arriba, sobre el escenario. Continuar erguido. Tener actitud. Ser un resistente. En el relato del libro, Harvey Townshend está a punto de iniciar un viaje cruzando el país. Después de eso, tiene pensado comenzar una nueva etapa, una que pretende sea la definitiva. No sabe lo que le espera, pero ha apostado por ello. Y piensa luchar por conseguirlo. Como Elliot hizo en su momento. Como todavía lo sigue haciendo. Día tras día, noche tras noche, muesca tras muesca.

Con todos ustedes, “Caught short in the long run” by Elliot Murphy.