Sé que
no me lo han preguntado pero, si lo hicieran, les diría que encuentro una gran
similitud entre la forma en la que vemos la realidad, nuestra realidad, y el
rodaje de una película. Agarramos la cámara y consideramos, sin ningún motivo,
que somos los protagonistas del cotarro. Vemos al resto como meros figurantes,
secundarios en el mejor de los casos. Nuestro argumento nos parece el centro de
la trama, el eje sobre el que gira la jodida providencia. Pero, en realidad, si
nos paramos a pensar, todo eso suena bastante ridículo. No somos más que una
mota de polvo, un grano de arena en el centro del desierto, una historia entre
seis mil millones. Mientras se escriben estas líneas, mientras se están
leyendo, mientras pensamos que el mundo se detiene alrededor nuestro, en este
mismo instante, se entremezclan infinitos universos. Gente que nace, gente que
muere, gente que agoniza, gente que hace el amor, gente que mata, gente que
duerme, gente que abre los ojos, gente que sufre, gente que hace sufrir, gente,
gente que enloquece, gente. Yo creo que hay dos formas de enfocar todo esto. La
más tentadora, la que nos pide el cuerpo, es pensar que nada es importante, que
todo es relativo, intrascendente. La otra, la que yo prefiero, propone lo
contrario. Cada pequeña porción de realidad, cada segundo, es irrepetible. Y
deberíamos concederle la atención que se merece. Hay un recopilatorio de
Raymond Carver, Short Cuts, llevado al cine por Robert Altman, y que en español
responde al título de Vidas cruzadas, que intenta reflejar un poco todo esto.
El relato del libro es mi pequeño homenaje a ambos. A ellos y a todos esos
minúsculos pedazos de vida. Como dice la canción: las montañas, la niebla, las
noticias de las seis, la muerte de mi primer perro, las galletas, los guisantes,
el puré de patatas, la forma en la que ríes, el modo en el que sufres.
Con
todos ustedes, “A Little Bit of Everything” by Dawes.