Esta
época del año es extraña en Albert Lea. No sabes bien con qué tiempo vas a
toparte. No aciertas el tipo de ropa. Pasas calor. Pasas frío. El otoño va
ganando terreno y, sin darte cuenta, dejas de oír el rumor de las cigarras.
Austin suele asar castañas y las ofrece junto con un licor que destila en la trastienda.
Dice que eso ayuda a digerir el sabor amargo del final del verano. A prepararte
para lo que se avecina. A endurecer la piel. Aunque, ahora mismo, eso es lo de
menos. El otoño, quiero decir. Y las castañas. Y el
licor de Austin. Y todo en general. Cualquier cosa es lo de menos. Ayer nos
acostamos en estado de shock. Con los ojos como platos. Con la inocencia
perdida en algún recodo del camino. Ayer se nos fue Vincent. Vincent Anthony.
De repente. Sin señales ni preaviso. Sin posibilidad de dar la vuelta. Y nos
dejó a todos con cara de póker. Contando ovejas. Con la sensación de no tener
ni idea de lo que estaba sucediendo. Vincent era un gran tipo. De los que
siempre llegan en buen momento. De los que te ilusiona encontrarlos. De los que
te alegran el día. Aunque no digan nada. Aunque no hagan más que respirar.
Salió del pueblo hará unos cuantos años. Unas cosas le llevaron a otras y
terminó echando raíces en Holly Town. Cada cuatro de julio regresaba. Aparecía
por sorpresa. Con su cámara colgada al cuello. Nos abrazaba. Se emocionaba. Se
reía. Se mezclaba entre nosotros. Como si no acabase de llegar. Como si nunca
se hubiera ido. Al cabo de unas horas, sin hacer ruido, tal como había llegado,
volvía a desaparecer. Hasta el próximo año. Pero esta vez no. Esta vez, no
regresará. No enviará sus fotos. O sí. Porque hay tipos que no se marchan
nunca, que conservan su espacio, que no hay manera de olvidarles. Y Vincent
encaja en esto que les digo. Vincent siempre tendrá su sitio. Siempre levantará
su copa. Siempre será uno de los nuestros…
Uno de los nuestros
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Trazos en falso. La banda sonora (X).
Vivimos tiempos
convulsos. Tiempos de proclamas, de consignas, de voces estridentes. Tiempos
extraños, tiempos superlativos, tiempos muertos. Tiempos en los que cada
segundo parece que vaya a ocurrir algo. Algo tremendo, algo inesperado, algo
irreversible. Vivimos en un estado de expectación constante, de inminente salto
al vacío, de parálisis permanente. Los noticieros nos abruman, nos mantienen en
guardia, nos ofrecen sobredosis. Nos nublan la vista, nos impiden ver el
bosque. Pero lo hay. Bosque, me refiero. Y árboles también. En medio de toda
esta nube de polvo, continúa habiendo gente. Gente que vive, gente que ríe,
gente que sufre, gente que duerme, gente que muere. Esta semana se fue Mr.
Petty. Podría hablarles de él, de su música, de su talento, de lo que supone
que haya tipos así sobre un escenario. Podría hablarles de pioneros, de temerarios,
de locos maravillosos. Pero para eso ya está Eric. Eric Becher. Para eso tiene
su propio relato. Para eso confía en Harvey. Para que siga su estela. Para que
sea el próximo Honky Tonk Man. Así que no le pisaré su historia. Voy a hacer
algo mejor, voy a ofrecerles su pentagrama. Confíen en mí por un momento, busquen
sitio en el arcén, detengan un minuto su marcha. Pónganse cómodos. Imaginen que,
esta vez, sé de qué estoy hablando.
Con todos
ustedes, “Walls (Circus)”, by Tom Petty. (Buen viaje, maestro. Rockers will
never die).
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