Magia con precisión.

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Estaba resultando una noche dura de digerir. La cama empequeñecía por momentos, hasta hacerme sentir como un extraño. Tampoco yo comenzaba a tenerle mucho apego, así que decidí poner tierra de por medio. Buscando algo de aire fresco, abrí la ventana del salón. Comencé a inspeccionar la calle. Le vi. Sentado en un banco, enfocado por una farola. Bajé a su encuentro.

Tenía muy buen aspecto, como el de treinta años atrás. Los pómulos marcando la cara de niño tímido, flequillo rizado ocultando su frente. Camisa azul, corbata blanca, sin chaqueta. Vaqueros gastados doblados por el bajo. Y unas John Smith tan viejas como insustituibles. Las manos, escondidas entre las rodillas. Miraba al frente. Sonreía. Parecía tranquilo y feliz. Sus ojos siguieron mi llegada, como si la hubieran estado esperando. Me senté junto a él. Permanecimos en silencio durante un buen rato. Fui yo quien lo rompió.

- Te veo bien, muy bien.
- Sí, lo peor ya ha pasado.
- ¿Y eso?
- La vida. Nunca sabes por dónde te va a sorprender.
- Si pudiéramos pedir dos rondas…
- Acabaríamos cometiendo los mismos errores. En otro momento, con otras personas, de forma distinta. Pero seguiríamos metiendo la pata hasta el fondo.
- ¿Te arrepientes de algo?
- No lo sé. No me he parado a pensar en eso. En cualquier caso ¿sirve de algo arrepentirse?
- Seguramente de nada. Pero hacemos tantas cosas inútiles…
- Es posible. Aunque, quizá, todo tenga su razón.
- ¿Qué quieres decir?
- Una vez, en un concierto, se rompieron dos cuerdas de la guitarra. Toqué "Sentado al borde de ti" sólo con cuatro. Nadie se dio cuenta, ni el resto del grupo. Eso me hizo pensar.
- ¿En qué?
- Pues eso. Si somos como esa guitarra, si con cuatro cuerdas vale ¿para qué tocar las seis? Nadie lo va a notar.
- Pero tú sí conocías la verdad. Sabías que había truco.
- Exacto. Esa es la clave. Al final de todo, estás solo contigo mismo. Si no has sido auténtico, te quedas esperando nada.
- Complicado.
- Magia con precisión, chico. Magia con precisión.


El ruido de una motocicleta en el semáforo, justo delante de nosotros, rompía el silencio que inundaba las calles. Dos adolescentes nos miraban. Se reían. Algo tendría que ver que yo me encontrara en ropa interior y descalzo, sentado en un banco a las cuatro de la mañana.

- Tienen el mundo en sus manos. Y lo peor es que lo saben. Y no se conforman.
- ¿Sigues acordándote de aquella noche en el pantano?
- A veces. Pero ha habido otras muchas noches. Con más estrellas.
- Y con ella.
- Eso es. Y con ella.
- ¿Sabes qué me gustaría? Que hubiésemos sido nosotros esos dos chicos. Que nos fuésemos en expedición.
- Es tarde para eso. No nos queda ya tiempo, apenas una décima de segundo.
- ¿Volveremos a vernos?
- Siempre que quieras. Pero, otra vez, ponte al menos una camiseta.
- Lo tendré en cuenta.


Cerró los ojos. Inclinó su cabeza hacia atrás. Y dibujó la sonrisa más triste que yo hubiera visto.

- He de irme. Marga me espera.

Apenas se había alejado unos pasos, le grité.

- ¿Es ella? Antonio, ¿es ella?

Se giró hacia mí.

- La chica de ayer ¿es Marga?

Sonreía. Las manos en los bolsillos.

- Marga es… es el sitio de mi recreo.

Se marchó. Y me dejó allí. Sentado. Esperando que la suerte me encontrara despierto. Me quedé solo. Escuchando los relojes en la oscuridad.





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