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Greta Zimmer es incapaz de contener las lágrimas. Como tantos otros. Como toda la ciudad este día. Los muchachos vuelven a casa. Los que pueden hacerlo. Los que han dado esquinazo a las malvas. A una bandera plegada. A su nombre en mármol blanco. Lo peor ha pasado. Los malos han perdido. Entre el clamor del gentío, George camina incrédulo. George Mendonsa. Marinero de reemplazo. Un chico de pueblo. Un tipo con suerte. Apenas seis meses antes, George no imaginaba algo parecido. Estar allí. Respirando. Vivo. Así que duda si todo aquello está sucediendo. Si realmente es él. Si no se trata de alguna broma pesada. Si se encuentra en la superficie o a dos metros bajo tierra. Piensa en pedir un buen pellizco. En que alguien le apriete fuerte. Hasta hacerle sentir dolor. Hasta certificar su presencia. Se dirige hacia Bobby Trucker, hermano de litera. Y entonces, entre miles de rostros, su mirada repara en ella. No lo piensa dos veces. Ni sabe muy bien qué diablos está haciendo. Se acerca. La agarra por el talle. Le planta un beso en los labios. Apenas diez segundos. Los suficientes para darse cuenta. De que está. De que es. La multitud le empuja hacia delante. Greta se pierde. Se diluye. Entre la música. Entre los gritos. Lo peor ha pasado. Los malos han perdido. Los buenos también.

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