Pequeñas mentiras.

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El viernes no es el mejor día en el bar de Austin. No si lo que buscas es tranquilidad. Saborear el trago. Lamer tus heridas. A media tarde, el viejo Lampard abona el salario semanal en su fábrica y los muchachos acuden en masa. Cambian dólares por cerveza. Cerveza por disfraces. Disfraces por más cerveza. Son buenos chicos. Cabezas huecas, pero almas nobles. No suelen causar problemas. Su visión de futuro alcanza apenas hasta la próxima ronda. Hasta la botella más cercana. Y, probablemente, sea mejor así. Ronald Parks se acerca. Me saluda. Pide una copa. Saca un sobre lleno de billetes y paga mi cuenta. Ronald tiene diecinueve. Recién cumplidos. Su padre y yo fumábamos a escondidas. Y cambiábamos postales de beisbol en el recreo. Levanto el vaso. Brindo con él. Por nosotros. Por estos momentos irreales. Por estas pequeñas mentiras...

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