Noche feliz.

Pulsa antes de comenzar a leer.

Cuando el viejo Harvey cerró la puerta, ardieron cientos de mapas. Los del cofre escondido. Los de la isla encantada. Los del árbol que hablaba. Todo perdió sentido. El viejo se largó demasiado pronto. Se fue con lo puesto. Con la maleta vacía. Dejando las ganas en el cajón de abajo. Los sueños sobre la mesilla. Jurando que no era el final. Que, en realidad, no se estaba marchando. Que tarde o temprano regresaría. No sé. No sé muy bien lo que pretendo. Lo que quiero decir con esto. Supongo que le echo de menos. Que me resisto a aceptarlo. Que no acabo de acostumbrarme. Miro alrededor. Pienso que sí. Que, en el fondo, el vaso está lleno. Que todo está en su sitio. Hank apura el trago. Golpea la copa en la barra. Baja del taburete. Se tambalea. Serpentea hasta la salida. Abre la puerta. El frío invade el local. Se diluye. Faltan un par de horas para la cena. Para la víspera de Navidad. Austin recoge botellas vacías. Alza la vista. Sonríe. Él sabe bien de qué va esto. A qué estamos jugando. Lisa sube el volumen. Suena Votolato. Estamos los tres solos. Solos en el bar. Solos en la calle. Solos en el mundo. No hace falta decir nada. Nada de nada. Cierro los ojos. Me acuerdo de vosotros. De todos vosotros. Os deseo lo mejor. Que tengáis suerte. Que sepáis que no existe. Que no confiéis en ella. Quiero que os quieran. Que tengáis feliz Nochebuena. Feliz madrugada. Feliz Navidad.

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