La mirada del director (once de marzo).

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La muchacha de pelo moreno y lacio corre apresuradamente hacia la ventana. Una vez allí, desde el interior del vagón, la joven, que además del pelo liso tiene los ojos verdes, se despide de un adolescente de pantalones caídos. Al otro lado del cristal, el muchacho, que lleva puesta una camisa a cuadros blancos y azules, no consigue que su chica entienda lo que intenta decirle.

Un octogenario trata de ganar el andén. El anciano, que además de sombrero luce un traje sin una sola arruga, se ayuda del bastón al bajar los escalones. Desde el fondo de la estación, un niño de pantalón corto suelta la mano de la mujer que lo acompaña y echa a correr hacia él.

En la tercera planta del edificio con fachada gris, un joven con cuatro aros en su oreja izquierda se asoma con fastidio a la ventana. El veinteañero, que además de varios pendientes lleva el pelo teñido de rojo, observa cómo un muchacho con camisa a cuadros gesticula de forma airada frente a la ventanilla del segundo vagón.

Un hombre calvo de mediana edad recibe su cambio en el kiosko de prensa. El alopécico, que además de gafas lleva unos zapatos de ante marrones, se dirige hacia el tren con el diario debajo del brazo.

Sujetando su gorra en la mano, un revisor de ojos somnolientos espera con indiferencia a que la saeta mayor señale el número seis. El ferroviario, que además de cansancio en la mirada soporta un enorme peso sobre sus hombros, se acerca para ayudar a un anciano de traje impecable. El hombre longevo, que además de sombrero lleva un bastón en su mano derecha, se esfuerza por bajar del vagón. Suena un silbido.

Una mujer de treinta y pocos mira a su hijo correr por el andén. El niño, que además de pantalón corto lleva un jersey verde oscuro, pasa junto a un muchacho con camisa a cuadros y pantalones por debajo de la cintura.

Las ruedas comienzan a girar. El empleado de ferrocarriles cuyos ojos revelan la falta de sueño entra en el vagón. A través de la puerta, todavía abierta, puede ver cómo un joven de pelo rojo cierra su ventana en la tercera planta de un edificio gris.

Con la cabeza apoyada en la ventanilla, una muchacha de ojos verdes y pelo lacio fija su mirada en los zapatos de ante que se apresuran hacia la puerta del vagón. El tren la mece suavemente. Levanta la vista. Observa fugazmente las siete y media en el reloj de la estación. Piensa en todas las cosas que ha hecho. En todas las que le quedan por hacer ...

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