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El otoño de mil novecientos treinta y ocho fue especialmente frío en Albert Lea. En realidad, lo fue en todo el estado de Minnesota. Ni los más viejos recordaban una nevada de ese calibre. No al menos a principios de octubre. Nadie la esperaba. Llegó a pie cambiado y los encontró vacíos de provisiones, rebosantes de confianza. El pueblo quedó totalmente aislado durante una semana. El agua de las tuberías, congelada. Sin electricidad. Ni comunicaciones. La cosecha, perdida. El ganado, convertido en bloques de hielo. La fábrica de Lampard, con escarcha en los engranajes. Para echarse a temblar. Y no de frío precisamente.
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