Trazos en falso. La banda sonora (IV).

La felicidad es un filtro en la retina. Una dosis de calma. Una almohada amable. Es eso que buscamos, que perseguimos, que intentamos atrapar. Que nos venden, que nos prometen, que nos muestran los trileros. Hay pocas canciones como esta de los Cero capaces de dibujar más crudamente la desesperanza, el sentimiento de remar en galeras bajo un cielo de cartón piedra, de padecer insomnio crónico. Sentado en mi silla, con una sonrisa estúpida, mis delirios cristalizan y se hacen suspiros. En el relato, Larry Scott mira al espejo y no ve más que a un pobre desgraciado. Un rostro en blanco y negro. Un saco repleto de rabia contenida, de cenizas empapadas. No consigue recordar el momento en el que comenzó a torcer el gesto, a enterrar ambiciones, a echar tierra sobre su propia sombra. Larry tritura un día tras otro, sigue con la vista el rastro de humo que dejan los reactores, y se conforma con sobrevivir a su existencia. Hasta que, una mañana, a la hora del almuerzo, Larry ve pasar un becerro bañado en oro, un vagón con su interior forrado con hierba. Sube en marcha de forma inconsciente, casi compulsiva, sin reparar en que debía pasar por taquilla. Y de repente, todo cambia. El aire desprende aroma de menta mientras una fina lluvia refresca las aceras. De la noche a la mañana, el maldito pueblo se convierte en un paisaje de figuras de azúcar. Lilian y los niños le sonríen, lo adoran, su sola presencia les mantiene admirados. Y entonces Larry piensa que sí, que por fin lo ha logrado, que después cruzar el desierto, puede decirlo en voz alta: es jodidamente feliz. Pero un día, un buen día, un día cualquiera, las alcantarillas deciden entrar en el juego, comienzan a escupir veneno. El cielo se cubre, las nubes dejan de ser formas entrañables. No se admiten sugerencias. Ni alegaciones. Desenfundan. Giran el cargador. Ajustan el punto de mira. ¡Bang!

Con todos ustedes “Nubes con forma de pistola”, by 091.

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