Miopía.

Mark Adams. Cuarenta y dos años. Divorciado. En pleno proceso de reconstrucción sentimental. Y emocional. Sobremesa preveraniega. Botella de tinto vacía, restos de postre, licor transparente.
- Creo que vamos en serio. Hay dos cepillos de dientes en mi cuarto de baño. Y una caja de hilo dental.
- ¿De hilo dental? -pregunto.
- De hilo dental -responde.
Y arquea sus cejas. Y se ríe. A carcajada limpia. Recupera el aliento.
- Al final, el viejo estaba en lo cierto.
- ¿Cómo?
- Mi padre. Tendría yo ocho o nueve años. Entonces no entendí de qué diablos me estaba hablando. En la boda de tío Roger, justo cuando los novios salían de la iglesia. Su mano apretando mi hombro. No seas un ignorante, chico, intenta alcanzar siempre el conocimiento. Aunque, en ciertas ocasiones, verás que es preferible quedarse en los límites de la imaginación...
.

Tú confía en mí.

- Ya verás. Se te va a hacer la boca agua...
Y el bloque de hormigón partió a toda prisa hacia el fondo del lago.

Órbitas concéntricas.

Ayer cené con el oráculo. Transmitía bienestar, confianza, sin llegar a la euforia.

- No hay magia, muchacho. Ni nada parecido. Simplemente observación. Si le dedicas algo de tiempo, comprobarás que todo ha sucedido ya con anterioridad. Millones de veces. Durante miles de años. Después del martes siempre apareció un miércoles. Y, tras él, un jueves. Y un viernes. Y el fin de semana. Todo es cíclico, no hay líneas rectas, sólo curvas. La única cuestión es de dar con la secuencia adecuada.

Tenía sentido, sí. Al menos, sonaba coherente. Me habló de sus próximos vaticinios. Sol por el día, luna de noche, fuego y humo, nubes y lluvia...

- Por cierto, tú, lo de nadar ¿cómo lo llevas?


Yo pondré los dados.

Sucedió hará un par de días. Recuerdo haberlo visto en el noticiario nocturno. El escenario, una inmensa plaza abarrotada de gente. De todas las edades. De ambos sexos. De cualquier condición. Y allí estaba él. En segunda fila, en lo alto del balcón presidencial, un par de metros detrás del líder carismático. A ras de suelo, la multitud aguardaba expectante. Con el cuello dispuesto en ciento ochenta grados. En un momento dado, el oráculo avanzó unos pasos y susurró al oído del líder. Éste miró al frente. Sonrió. Levantó sus brazos...

-          Mañana... ¡¡¡¡ SOL !!!! ... ¡¡¡ Y buen tiempo !!!

El delirio fue indescriptible...

Fuera de lugar.

Como por arte de magia, todos los problemas tocaron retirada. Al mismo tiempo, el asfalto dejó de sentir el roce de los neumáticos. Maldita la hora.

Regreso al futuro.

Se cumplieron los presagios y, a falta de confirmación oficial, hoy es viernes. Envalentonado por su acierto, el oráculo anuncia la llegada del día sábado. Incluso se atreve a predecir un fin de semana inminente. Me encantaría quedarme con ustedes a charlar sobre el tema, pero me reclaman pasillo adentro. Es la hora. Ya suena la campana...

Sin nombre.

- ¿Te marchas, Ben?
- No.
- Yo tampoco. Creo que hay dos clases de gente en el mundo, los que se marchan y los que se quedan. ¿No es cierto?
- No, yo no lo creo.
- ¿Pues qué crees tú?
- Que hay dos clases de gente. Los que van a alguna parte y los que no van a ninguna. Eso sí que es cierto.
- No estoy de acuerdo, Ben.
- Porque no sabes de qué demonios estoy hablando. Soy un ex ciudadano de ninguna parte. A veces echo de menos mi hogar.

Buen trabajo.

Surcaba secciones con emoción contenida. Qué menos que media página pensó. Mucho esfuerzo y esmero. Bingo. Sonrió. Bonita esquela.

Canción de domingo.

Se escapa. Empezamos. Terminamos. Al principio, al final, en el medio. Cada cual que se sitúe. Y una cosa cierta: de esta semana, ya apenas queda... polvo en el aire.

Recién.

Descartada cualquier otra opción, Deady asumió la tozuda evidencia: el tipo inerte sobre su cama llevaba décadas saludándole tras el espejo.