Después
de su marcha, el tiempo comenzó a correr de una forma descontrolada y los
acontecimientos pasaban de puntillas por la casa. Una huella en la arena
que apenas dura lo que tarda en llegar la siguiente ola. T se fue a estudiar a
Londres. Y volvió estúpidamente casada con un senegalés revolucionario, escritor
de culto y fundador de un nuevo concepto filosófico. Material-renacimiento lo llamaba él. Algo así como
una fusión entre Lutero y Marx, con influencias de las corrientes indigenistas
de América Latina. Resultaba bastante gracioso escucharle hablar, con su
amalgama de acentos, de la resurrección de la raza humana a partir de las
cenizas de los opresores de la realidad existencial.
T miraba embobada, sonreía, y limpiaba cada cinco minutos la caspa que cubría los
hombros de su chico. Siempre sospeché que, más que de su cuero cabelludo, provenía de algún oscuro rincón de aquel
cerebro en barbecho. Cuatro años y dos hijos más
tarde, H colocó al yerno de conserje en su empresa y convenció a Z para que les concediera una
estupenda hipoteca, camarada inseparable durante el resto de sus vidas.
H
tuvo varias compañeras, nada serio. B, S, L … no recuerdo el reflejo de ninguna
de ellas. Bueno, de L conservo la imagen de su ropa interior sobre una silla de
la habitación. Hasta que la vi acoplársela, pensé que era una especie de funda
para mi vieja amiga Lavis, entrañable televisión.
J,
pues bueno, como siempre. Sin dueño. Entrando, saliendo, un día aquí, otro
allá. Sus fugaces apariciones son las que me animan a seguir proyectando la luz
todos los días.
CONTINUARÁ...
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