What a time to be alive...

No importa cuánto se alargue el día. Ni el momento en el que tengas previsto guardar tus viejas camisetas. Agosto transcurre siempre a cámara lenta. Y al mismo tiempo, se va perdiendo de vista a ritmo acelerado. Sí, ya sé, no suena demasiado coherente. Pero, qué quieren, a ciertas alturas, uno comienza a sentir que puede permitirse determinadas licencias. Ser contradictorio. Dar algunos trazos en falso. 

Buceo entre noticias infectadas y me llegan sospechas de que, más que soluciones, lo que realmente puede salvarnos es encontrar un buen culpable. Una alfombra tupida bajo la que almacenar escombros. Un pianista al que llenar de plomo cada noche, justo antes de abandonar la sala.

El valiente matador entra en pánico y compra espinillas en el mercado negro. El oráculo cambia de dealer y, tras un mal viaje, decide segmentar con mimo todas sus predicciones. Justin Townes Earle ya no campa al otro lado del charco y a pocos parece importarle. Aún así, nos sigue llegando el eco de sus rasgados. El tintineo del hielo en su vaso. El sonido de sus neumáticos entrando en Memphis... What a time to be alive.

No hay comentarios: