Fin de fiesta.

Último jueves veraniego. Septiembre se despeña. El mercurio respira. Cole para niños. Tila para profes. Atascos matutinos. Sí, todo indica que sí. A unos les gustará más. A otros menos. Pero es lo que hay. Lentejas. The End. Se acabó la fiesta.

De par en par (VII)

Hace un par de meses, H colocó un cartel con letras amarillas sobre mis cristales. No se bien qué dice, pero lo imagino. Desde entonces, se ha dejado caer por aquí en varias ocasiones. Siempre con personas distintas, siempre desconocidas. Les oigo hablar sobre luz natural, orientaciones, cuartos de baño, plazas de aparcamiento. En todas las visitas, viene con ellos una sonrisa estúpida pegada a un tipo trajeado. Sí, sí, claro, claro, por supuesto. Parece programado para dar la razón a cualquiera que abra la boca. No me gusta. Siempre que puedo, le deslumbro con mi reflejo.

No hay que ser muy inteligente para suponer cercana mi fecha de caducidad. Puede que, incluso, antes que la de F. No le he contado nada. Para qué. No gano nada con ello. Quién sabe, quizás nos reencontremos algún día. Otra forma, otro nombre, otros materiales.

Pero no sufran por mí. No estoy triste. Ni preocupada. Hace un tiempo les hubiera dicho que sí. Me habría resquebrajado por completo. Pero ahora… ahora lo que estoy es cansada, muy cansada. Pensándolo bien, todo esto no es tan mala idea. No tenía muy claro qué hacer cuando retiraran a F. Ahora, viendo las perspectivas, lo más probable es que, un día de estos, me cierre para siempre.

¿No te digo? Empieza a llover. Justo hoy que R me había repasado a fondo…

FIN.

De par en par (VI)

Después de su marcha, el tiempo comenzó a correr de una forma descontrolada y los acontecimientos pasaban de puntillas por la casa. Una huella en la arena que apenas dura lo que tarda en llegar la siguiente ola. T se fue a estudiar a Londres. Y volvió estúpidamente casada con un senegalés revolucionario, escritor de culto y fundador de un nuevo concepto filosófico. Material-renacimiento lo llamaba él. Algo así como una fusión entre Lutero y Marx, con influencias de las corrientes indigenistas de América Latina. Resultaba bastante gracioso escucharle hablar, con su amalgama de acentos, de la resurrección de la raza humana a partir de las cenizas de los opresores de la realidad existencial. T miraba embobada, sonreía, y limpiaba cada cinco minutos la caspa que cubría los hombros de su chico. Siempre sospeché que, más que de su cuero cabelludo, provenía de algún oscuro rincón de aquel cerebro en barbecho. Cuatro años y dos hijos más tarde, H colocó al yerno de conserje en su empresa y convenció a Z para que les concediera una estupenda hipoteca, camarada inseparable durante el resto de sus vidas.
H tuvo varias compañeras, nada serio. B, S, L … no recuerdo el reflejo de ninguna de ellas. Bueno, de L conservo la imagen de su ropa interior sobre una silla de la habitación. Hasta que la vi acoplársela, pensé que era una especie de funda para mi vieja amiga Lavis, entrañable televisión.
J, pues bueno, como siempre. Sin dueño. Entrando, saliendo, un día aquí, otro allá. Sus fugaces apariciones son las que me animan a seguir proyectando la luz todos los días.
CONTINUARÁ... 

De par en par (V)

Ocho años más tarde llegó J. Sin avisar. Sin permiso. Como una apisonadora. Le arrebató su espacio a T y nos declaró la guerra al resto. Insoportable. Y, sin embargo, yo me encapriché con él. No me pregunten por qué. Desde que sentí su reflejo por primera vez, encontré un nuevo motivo para subir mi persiana por las mañanas.

Fue en esa época cuando M comenzó a visitarme. Todas las tardes, al regresar del trabajo, con la casa todavía en calma. Me regalaba sus silencios y yo le correspondía con las mejores vistas posibles a la calle. Un pacto tácito. No había más que nos pudiéramos ofrecer mutuamente.

No recuerdo una época especialmente convulsa. En realidad, en lugar de elevarse, el tono de las conversaciones fue disminuyendo de forma paulatina. Hasta que las palabras dejaron de fluir. Algunos opinarían que la relación entre M y H era correcta y respetuosa. Yo no lo creo. Qué quieren, para mí, el respeto es algo más que una simple cuestión de volumen.

¿Qué le sucedía a M? ¿Se encontraba en el lugar equivocado o nunca buscó la manera de ser feliz? A veces pasa que pensamos en la vida como una autopista de seis carriles. Y cuando el camino se estrecha, o el trazado se torna sinuoso, nos sentamos en el arcén aguardando a la brigada de ingenieros. No se nos ocurre subirnos a la excavadora. Nos invade el miedo al fracaso. O simplemente pensamos que no es tarea nuestra. Preferimos lamentar el retraso en el comienzo de las obras. Creo que algo de eso le pasó a M. No concebía su viaje por caminos vecinales y, de alguna forma, designó a H como culpable de la elección de una ruta equivocada.

CONTINUARÁ...

De par en par (IV)

Pero les estaba hablando de esta habitación, de su historia que, a fin de cuentas, también ha sido la mía. A los tres años de mi colocación llegó T, la niña, la revolución. Apenas medía medio metro pero ya nada ni nadie cabía en la casa. De la noche a la mañana, la totalidad del espacio fue expropiado y pasó a formar parte de los dominios de T. Así, muchos amigos emprendieron un exilio forzoso hacia diferentes lugares de acogida. Incluso tuve que separarme de Rain Dogs, mi único y gran amor. Más tarde he tenido otras relaciones, varios visillos y algún que otro estor me han mantenido atendida. Pero nadie ha vuelto a mojar mis cristales como durante años lo hizo el querido Downtown Train.

Como podrán suponer, al principio odiaba a T. La declaré culpable de mi desdicha y deseé con todas mis fuerzas que desapareciera, que todo volviera a ser como antes. Así que decidí hacerle la vida imposible. En las noches de invierno me abría de par en par, en las de verano me mostraba hermética, dejaba caer mi persiana mientras ella jugaba, silbaba por mis rendijas cuando dormía… Pero nada de esto consiguió mejorar la situación. Al contrario, acabé por no soportarme a mí misma. En el fondo, aquella niña no había decidido nada, no era responsable de los destierros. Debía darle una oportunidad. Y una noche, antes de acostarse, T se acercó, exhaló su aliento sobre mis cristales y escribió en el vaho: Buenas noches V, te quiero.

CONTINUARÁ...

De par en par (III)

Una mañana de octubre, unos tipos vestidos de azul trajeron a F. La colocaron en esta misma acera, justo enfrente de nosotros. Expectantes, estuvimos todo el día esperando a que abriera la boca. Ni siquiera se dignó a saludar. ¡Niñata estirada! Sin embargo, al caer la noche, F comenzó a brillar. Como una estrella. Como si nada más estuviera ocurriendo en ningún otro lugar del planeta. Nos quedamos todos sin aliento. Éramos conscientes de que, a partir de ese instante, ya nada volvería a ser lo mismo. ¿Qué habíamos estado haciendo antes de conocerla?

Ahora la pobre está achacosa. Dicen que no es eficiente y que resulta un peligro para conductores. A finales año, está previsto que la sustituyan por un cabeza hueca de fibra de vidrio y tecnología eco-sostenible. Promete que serás amable con él, me dice siempre F, seguro que transmite energía positiva. ¡Al infierno! Que no cuente conmigo. ¡Qué sabrá de cómo iluminar una calle! Estos jóvenes engreídos creen tenerlo todo bajo control. Ni idea. Como dice F, hoy en día confundimos alumbrar con ilumina. Y no es lo mismo V, no es lo mismo...

CONTINUARÁ...

De par en par (II)

¿F? ¡Hola F! ¡EEEEEhh! Nada, marmota total. Odio estos días tan largos, me desespero. En invierno, antes de las seis, F ya está encendida. Ahora, entre las horas de sol y el ahorro impuesto, se pasa la mayor parte del tiempo durmiendo. Y yo, sin nadie con quien hablar. Ni siquiera con esta habitación. Lleva callada desde que M se marchó. Todavía me tiemblan las bisagras cuando lo recuerdo. Yo misma sentía cómo su vida se escapaba lentamente, traspasando los cristales. Creo que, de tanto mirar a través mío, no quedó nada de ella dentro de la casa. H no entendía por qué siempre quedaba un plato limpio después de la cena. Un año después se dio cuenta de que M ya no vivía aquí.

Pero las cosas no siempre sucedieron de esa manera. Recuerdo cuando me colocaron. Por entonces, esta habitación era una sala de estar, llena de libros, de discos, ¡hasta una máquina de escribir! Pobre Olivia, ¿dónde andará? Las últimas noticias suyas llegaron desde el trastero; creo que comparte estante con Vinilo, el giradiscos. Bien, como decía, la sala estaba llena de vida. ¡Vaya fiestas! ¡Menudas eran estas paredes!

CONTINUARÁ...

De par en par (I)

¡Vaya día loco! No sé si quedarme quieta, cerrar los párpados o dejar que el sol inunde la habitación. Cosas del cambio climático. El calentamiento global y todo eso. He oído que los polos han comenzado a derretirse, el mar a subir su nivel y… uuffff… ¡me agrieto sólo de pensarlo! En fin, esperemos que las aguas no alcancen esta altura. La pobre del primero. Ésa sí que debe de estar empañada de miedo.
Ahí viene J. ¡Si yo cantara! Menudo golfo. Las veces que le he salvado el pescuezo. Siempre pidiendo cobertura para humaredas clandestinas. V ábrete, V ciérrate, V por aquí, V por allá. Y yo haciéndole caso. Lo reconozco, este crío es mi debilidad. A pesar de la vida que me ha dado. Cinco veces me mandó a la lona. En la última, fui durante unas horas carne de planta de reciclado. Gracias a P, el conserje, oráculo del bricolaje. Hay que reconocer que tiene buenas manos. Inversamente proporcionales a su cerebro. Y estaba loco por T. Como agradecimiento, mientras me devolvía a la circulación, le regalé varias veces su reflejo. No podía aspirar a mucho más.

CONTINUARÁ...

El peso del humo.

Paul: Hola Auggie. ¿Cómo va todo?
Auggie: Hombre, hola. Qué alegría. ¿Qué deseas?
Paul: Dame dos cajitas de Schimmelpennincks. Y de paso dame un mechero.
Auggie: Los chicos y yo manteníamos una discusión filosófica sobre las mujeres y el tabaco.
Paul: Sí, bueno, supongo que todo proviene de la reina Isabel.
Auggie: ¿La reina de Inglaterra?
Paul: Sí, pero no Isabel II,  Isabel I. ¿Has oído hablar de sir Walter Raleigh?
Cliente 1: Sí claro, el tipo que tiró su capa sobre un charco.
Cliente 2: Yo, yo antes fumaba cigarrillos Raleigh. Llevaban un cupón de regalo en cada paquete.
Paul: Pues, Walter Raleigh  fue la persona que introdujo el tabaco en Inglaterra. Y se convirtió en el favorito de la reina. Él la llamaba reina Betsy. Fumar se puso de moda en la corte inglesa y seguro que la buena de Betsy compartió más de un cigarro con sir Walter. Una vez, hizo una apuesta con ella: dijo que podía determinar el peso del humo.
Cliente 2: ¿Se refiere a pesar el humo?
Paul: Exactamente, pesar el humo.
Cliente 1: Eso no se puede hacer, es como pesar el aire.
Paul: Reconozco que es extraño, es casi como pesar el alma de alguien, pero, sir Walter era un tipo hábil. Primero tomó un cigarro entero y lo puso en una balanza y lo pesó. Luego lo encendió, se fumó el cigarro cuidando que las cenizas cayeran en el platillo de la balanza. Cuando lo terminó puso la colilla en la balanza junto con las cenizas. Después pesó lo que había allí. Acto seguido restó esa cifra del peso obtenido previamente del cigarro entero. La diferencia… era el peso del humo.

La noche que la luna salió tarde.

- ¿Nervioso, Neil?
- Apenas. No es más que una frase. Y la tengo bien ensayada.
- Menudo cabrón, se van a acordar de tu nombre. Puedes apostar doble o nada por ello.
- Si todo sale bien.
- ¿Y qué puede fallar? Hasta yo mismo estoy dispuesto a creerlo.
- No sé. Hay mucho listo con ganas de hacer preguntas.
- Nada que temer. En un par de meses nos reiremos de todo esto. En la piscina del Four Seasons, saboreando un martini bien seco...
- Espera, se ha encendido la luz roja...
- Mucha mierda.
- Mucha mierda.
¡Todo el mundo listo! Luces, cámara... ¡ACCIÓN!

El veinte.

Un amigo de un amigo. Cuarenta y dos años. Smartphone. Perfil en Facebook. Cuenta en Twitter. Y en Linkedin. Habitual del Whatsapp. Organiza sus viajes en la Red. Repasa los diarios digitales. Acumula música en su mp4. Navegador GPS. Televisión por cable. El amigo de mi amigo me dice:

- De acuerdo, sí. Pero no. Puede parecer que sí. Pero no. A pesar de todo, no. Este no es el mío. El mío es el pasado. El mío es el veinte...

Domingos de cine.

El ventilador giraba sin convicción. Curtis sudaba. Sus labios pronunciaron la frase. La misma. Otra vez. Y otra.

- Lo angustioso de una cama vacía es no encontrar huecos para poder llenarla.

Desenlace.

- ¿Tienes algo más que decir?
- Espera un momento…
- Respuesta equivocada. ¡CLICK!

Miopía.

Mark Adams. Cuarenta y dos años. Divorciado. En pleno proceso de reconstrucción sentimental. Y emocional. Sobremesa preveraniega. Botella de tinto vacía, restos de postre, licor transparente.
- Creo que vamos en serio. Hay dos cepillos de dientes en mi cuarto de baño. Y una caja de hilo dental.
- ¿De hilo dental? -pregunto.
- De hilo dental -responde.
Y arquea sus cejas. Y se ríe. A carcajada limpia. Recupera el aliento.
- Al final, el viejo estaba en lo cierto.
- ¿Cómo?
- Mi padre. Tendría yo ocho o nueve años. Entonces no entendí de qué diablos me estaba hablando. En la boda de tío Roger, justo cuando los novios salían de la iglesia. Su mano apretando mi hombro. No seas un ignorante, chico, intenta alcanzar siempre el conocimiento. Aunque, en ciertas ocasiones, verás que es preferible quedarse en los límites de la imaginación...
.

Tú confía en mí.

- Ya verás. Se te va a hacer la boca agua...
Y el bloque de hormigón partió a toda prisa hacia el fondo del lago.

Órbitas concéntricas.

Ayer cené con el oráculo. Transmitía bienestar, confianza, sin llegar a la euforia.

- No hay magia, muchacho. Ni nada parecido. Simplemente observación. Si le dedicas algo de tiempo, comprobarás que todo ha sucedido ya con anterioridad. Millones de veces. Durante miles de años. Después del martes siempre apareció un miércoles. Y, tras él, un jueves. Y un viernes. Y el fin de semana. Todo es cíclico, no hay líneas rectas, sólo curvas. La única cuestión es de dar con la secuencia adecuada.

Tenía sentido, sí. Al menos, sonaba coherente. Me habló de sus próximos vaticinios. Sol por el día, luna de noche, fuego y humo, nubes y lluvia...

- Por cierto, tú, lo de nadar ¿cómo lo llevas?


Yo pondré los dados.

Sucedió hará un par de días. Recuerdo haberlo visto en el noticiario nocturno. El escenario, una inmensa plaza abarrotada de gente. De todas las edades. De ambos sexos. De cualquier condición. Y allí estaba él. En segunda fila, en lo alto del balcón presidencial, un par de metros detrás del líder carismático. A ras de suelo, la multitud aguardaba expectante. Con el cuello dispuesto en ciento ochenta grados. En un momento dado, el oráculo avanzó unos pasos y susurró al oído del líder. Éste miró al frente. Sonrió. Levantó sus brazos...

-          Mañana... ¡¡¡¡ SOL !!!! ... ¡¡¡ Y buen tiempo !!!

El delirio fue indescriptible...

Fuera de lugar.

Como por arte de magia, todos los problemas tocaron retirada. Al mismo tiempo, el asfalto dejó de sentir el roce de los neumáticos. Maldita la hora.

Regreso al futuro.

Se cumplieron los presagios y, a falta de confirmación oficial, hoy es viernes. Envalentonado por su acierto, el oráculo anuncia la llegada del día sábado. Incluso se atreve a predecir un fin de semana inminente. Me encantaría quedarme con ustedes a charlar sobre el tema, pero me reclaman pasillo adentro. Es la hora. Ya suena la campana...

Sin nombre.

- ¿Te marchas, Ben?
- No.
- Yo tampoco. Creo que hay dos clases de gente en el mundo, los que se marchan y los que se quedan. ¿No es cierto?
- No, yo no lo creo.
- ¿Pues qué crees tú?
- Que hay dos clases de gente. Los que van a alguna parte y los que no van a ninguna. Eso sí que es cierto.
- No estoy de acuerdo, Ben.
- Porque no sabes de qué demonios estoy hablando. Soy un ex ciudadano de ninguna parte. A veces echo de menos mi hogar.

Buen trabajo.

Surcaba secciones con emoción contenida. Qué menos que media página pensó. Mucho esfuerzo y esmero. Bingo. Sonrió. Bonita esquela.

Canción de domingo.

Se escapa. Empezamos. Terminamos. Al principio, al final, en el medio. Cada cual que se sitúe. Y una cosa cierta: de esta semana, ya apenas queda... polvo en el aire.

Recién.

Descartada cualquier otra opción, Deady asumió la tozuda evidencia: el tipo inerte sobre su cama llevaba décadas saludándole tras el espejo.

Colorado (colorín).

Con el paladar húmedo y tibio, Fierce Wolf sollozaba, víctima de la providencia. Mientras, abajo, Lou Hunter aguardaba su turno.

In eternum.

Despertó aliviado de aquella angustiosa pesadilla. El cuerpo entumecido. Y un dulce aroma a madera y crisantemos...

What's up?

9.55 Alarma. Resaca brutal. Leo el mensaje de K. 03.30 De acuerdo, lo haremos, a las 10 en tu casa. H duerme a mi lado ¿Quién es K? Una llave gira en la puerta.

Cara y cruz

No fue algo premeditado. Me encontraba allí por pura casualidad. Ningún plan que poner en práctica, ni mucha idea de lo que hacer entre toda aquella gente. Obreros, deportistas, filósofos, poetas, bohemios, funcionarios, magos, notarios, terratenientes, economistas, médicos, ladrones, policías, empresarios,  militares, psiquiatras, sindicalistas, abogados, científicos, trileros, artistas... Todos hablaron, todos expusieron su teoría. Se procedió a la votación. Y, finalmente, levantamos acta. Dos conclusiones. Una buena, la otra no: hay un bar que nunca cierra. Su nombre, La antesala del dolor.

Vale

- Me di cuenta anoche, de madrugada.
- ¿Así? ¿de repente?
- Bueno, de repente... supongo que los hechos son siempre una consecuencia... digamos que ése fue el punto de inflexión.
- Ah, vale.
- ¿Vale?
- Sí, vale... ¿qué esperas que diga?
- No sé... quizá... no sé... pues eso... que tú también te despertaste alguna noche... y seguiste durmiendo... y sabías que todo era cierto...
- Cariño, no entiendo muy bien lo que me estás contando... pero vale, yo también lo que tú dices... ¿eso es todo?
- Eso es todo... o nada...

En tiempos de crisis

La señora Smithson, de Londres (estas historias siempre ocurren entre ingleses), resolvió matar a su marido. No por nada, sino porque estaba harta de él después de cincuenta años de matrimonio. Se lo dijo:

- Thaddeus, voy a matarte. 
- Bromeas, Euphemia -se rió el infeliz. 
- ¿Cuándo he bromeado yo? 
- Nunca, es verdad. 
- ¿Por qué habría de bromear ahora y justamente en un asunto tan serio? 
- ¿Y cómo me matarás? -siguió riendo Thaddeus Smithson. 
- Todavía no lo sé. Quizá poniéndote todos los días una pequeña dosis de arsénico en la comida. Quizás aflojando una pieza en el motor del automóvil. O te haré rodar por la escalera. Aprovecharé cuando estés dormido para aplastarte el cráneo con un candelabro de plata. Conectaré a la bañera un cable de electricidad... ya veremos. 

El señor Smithson comprendió que su mujer no bromeaba. Perdió el sueño y el apetito. Enfermó del corazón, del sistema nervioso y de la cabeza. Seis meses después, falleció. Euphemia Smithson, que era una mujer piadosa, le agradeció a Dios haberla librado de ser una asesina.

 Cuento de Horror
Marco Denev

Si son tan amables...

Alegres, fríos, acompañados, secos, azules, tristes, grises, cálidos, solitarios, oscuros, luminosos, mojados… Para reír, para descansar, para retener, para llorar, para dejar pasar, para olvidar, para recordar… De uno en uno, de siete en siete, de treinta en treinta… Días. Dénmelos. Los quiero todos.

Cosas que los nietos deberían saber.

(...) Me paso el día entero nerviosísimo, luego hacemos la prueba de sonido y nos preparamos para la actuación en el Albert Hall. Me preocupa no ser digno de ocupar el mismo escenario que tantos y tantos de mis ídolos. Pero a medida que el recinto se llena, cuando se apagan las luces y salgo a escena me siento extrañamente tranquilo. No estoy nervioso en absoluto... y es raro porque a mí me entran los nervios cada noche, y esta es una velada muy especial. Pero algo ha cambiado en mi interior, y de repente me siento a gusto. Toco canciones de todas las etapas de mi vida y, mientras las canto, me siento en absoluta sintonía con lo que sentí al escribirlas años atrás... (...)

(...) Vivir un día más siempre me ha parecido un éxito. Oigo mi voz reverberar en las paredes del Albert Hall y volver hacia mí. Me fijo en todos los asistentes, que parecen realmente interesados en lo que tengo que decir. Pienso en la noche en que, mientras fumaba un cigarro en el porche, imaginé el concierto que ahora mismo estoy dando. En cómo me quedé mirando el humo flotar hacia el cielo y en cómo imaginé la compleja situación en la que me veo ahora inmerso. Es asombroso ser capaz de hacer algo así, pienso. (...)

Cosas que los nietos deberían saber.
Mark Oliver Everett


Música maestro.

Cesaron las sirenas. La puerta rompió en convulsión. Miró sobre la cama. Diez millones, calculó por encima. No pensaba escatimar en balas.

American Pie

- Venga, Valens ¿subes o no?
- Bopper tiene razón, Ritchie. Vamos a congelarnos como no entremos pronto en la avioneta.
- No sé, muchachos, no tengo claro que este cacharro sea capaz de flotar en el aire. Es antinatural. Creo que iré en autobús, con el resto de la banda.
- Venga hombre, estamos en mil novecientos cincuenta y nueve ¿comprendes? Mil novecientos cincuenta y nueve, chico. Esto ya es el futuro... el maldito futuro. Ahora mismo, hay miles de pájaros de hierro volando sobre nuestras cabezas.
- Estoy muerto de frío, os espero dentro. Tenéis medio minuto para decidiros.
- Espera Buddy, voy contigo. ¿Vienes Ritchie?
- ... voy... sí, voy... ¡qué diablos!...

Wonderwall

En algunos hospitales y psiquiátricos, existen unas paredes donde los pacientes ponen fotos y recuerdos de familiares, amigos, lugares, mascotas... Dicen que eso les sirve de impulso para no abandonar, un motivo para seguir en carrera. Intramuros, esas paredes constituyen su horizonte. Su clavo ardiendo. Su wonderwall.

Last chance.

Reparar sierra, limpiar horno, lubricar cañerías...
El reverendo Lampard rescató a Raymond de sus pensamientos.

- ¿Te arrepientes, hijo?

Mejor así

Lunes morning. Y con frío. Toda ayuda es poca para comenzar a rodar. ¿Uno? No, mejor dos corazones...

A las estrellas

- ¡Eh! chico ¿qué haces?
Dando un garbeo ¿no lo ves?
- En esa escoba...
- ¿Escoba? ¿qué escoba? Es mi moto. Me la ha regalado mi papá.
- Tu moto… qué risa. La gente tiene razón, sois una familia de tarados. Con ese trasto no puedes ir a ningún lado. Mi papá sí que me va a regalar una bici de verdad. Y un casco. Y un equipo de ciclista.
- Ya bueno, pero hay un sitio adonde no puedes ir con tu bici.
- Qué sitio.
- A las estrellas.
- ¿A las estrellas? ¡Vaya tontería! No se puede ir a las estrellas en moto. Hace falta una nave espacial. Y un traje de astronauta, lo he visto en la tele. Además, allí no hay nada. ¿Para qué quieres ir?
- Voy a ver a mi abuelo, para que me cuente otra historia de las suyas. Y a la mamá de Carlitos, que hacía una tarta de galletas… Y a doña Leo, la del kiosko, que siempre me daba una gominola extra... Y...
- ¿A las estrellas? ... estás tonto…
Una mirada fija. Una sonrisa.
- Rum, rum… tú si que estás tonto…

Casa tomada

En nuestra vida, ¿queremos a los que están? ¿están todos los que queremos? ¿les abrimos nosotros la puerta? ¿forzaron la cerradura? ¿entraron por la ventana?...

¿Somos los propietarios? O tenemos nuestra casa tomada...